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Estás dentro del Panteón de Roma, envuelto en la sombra de sus antiguos muros, cuando de repente empieza a llover. El agua cae desde arriba, a través del óculo situado en el centro de la cúpula, una abertura que parece conectar el cielo con la tierra. A pesar de la lluvia, el ambiente no pierde su encanto, sino todo lo contrario: gotas de agua brillantes descienden en silencio, casi con reverencia, para desaparecer en el suelo bajo tus pies. En ese momento, te das cuenta de que estás presenciando un fenómeno único, fruto de miles de años de ingenio arquitectónico. Descubramos, en detalle, qué ocurre en el Panteón cuando llueve.
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Es uno de los monumentos más emblemáticos y mejor conservados de la capital italiana, una obra de arte que fascina a visitantes de todo el mundo. Entre las características más llamativas del Panteón de Roma, como no mencionar el óculo, una abertura circular en el centro de la cúpula (una de las más grandes de Italia). Se trata del ejemplo perfecto de cómo los antiguos romanos consiguieron fusionar funcionalidad y simbolismo en una misma estructura, gracias a su capacidad para hacer frente a las inclemencias del tiempo.
No es casualidad que el Panteón, construido en el 27 a.C. por Agripa y reconstruido por Adriano entre el 110 y el 125 d.C., haya permanecido en pie durante casi dos mil años, sin dejar de encantar e intrigar, sobre todo cuando el cielo se nubla y empieza a llover.
La cúpula del Panteón, hecha de toba, hormigón y piedra pómez sobre un cajón de madera, tiene una única fuente de luz natural: el oculus, una «ventana» de unos 9 metros de diámetro, verdadero vínculo entre el templo y el cielo, entre la dimensión terrenal y la divina.
La abertura no es sólo un elemento decorativo, sino que tiene un papel funcional (la cúpula habría caído por exceso de peso si hubiera estado cubierta) y simbólico (permitía a los antiguos comunicarse directamente con las divinidades). Esto hace que el interior de la estructura sea casi etéreo, sobre todo cuando el sol penetra desde arriba, iluminando la sala con un haz de luz que parece que se puede tocar.
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Hay algo de cierto en la leyenda según la cual, cuando llueve, el agua no entra en el Panteón, a pesar de la abertura de la cúpula… ¡o casi! Todo es gracias al llamado «efecto chimenea«: en la práctica, se crea una corriente de aire caliente que sube y, al encontrarse con las gotas de lluvia, las atomiza.
Obviamente, la situación cambia en caso de fuertes tormentas: el agua entra en el edificio, pero de forma menor de lo que cabría pensar. Esto se debe a los orificios de drenaje instalados en el suelo y a una ligera inclinación hacia el exterior (invisible para el ojo no observador), que impiden la formación de charcos.
Así que llueve (un poco) incluso en el Panteón, pero no lo notamos (o casi). La atmósfera que se crea en el interior del templo es sencillamente mágica, convirtiéndolo en un lugar donde naturaleza y arquitectura dialogan en armonía.