Responsable de comunicación en Indomio España
Cambiar el color de las paredes es una de las formas más sencillas de dar un nuevo aire a la casa o a una estancia: permite una verdadera transformación sin ni siquiera tener que cambiar los muebles o los complementos.
Una tarea con un gran potencial que, al mismo tiempo, esconde varias complicaciones. Estas son algunas de las cosas a las que debes prestar atención al elegir el nuevo color:
Entre los errores más grandes que se pueden cometer al cambiar el color de las paredes de casa encontramos el de elegir cómo y dónde aplicarlo sin tener en cuenta su poder de modificar la percepción del espacio.
Los colores por si mismos pueden:
Aplicando la estrategia correcta se pueden obtener resultados óptimos: el color se convierte en una especie de filtro arquitectónico. En un espacio de dimensiones pequeñas, por ejemplo, quedarán mejor los tonos claros, ya que los oscuros producirían un efecto de caja pesada.
Y lo mismo ocurre con el techo: si necesitas que parezca más bajo de lo que es, puedes pintarlo de un color más oscuro que las paredes. Por el contrario, al pintarlo de un color más claro, aumentará la sensación de altura de la habitación, simulando una estancia más espaciosa.
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La luz modifica (y mucho) los colores de las paredes. No considerar este efecto en el momento de la elección es un error común. Para elegir la tonalidad exacta, por tanto, hay que considerar la exposición a la luz natural de la estancia.
Por ello, no te aconsejamos elegir un color online, frente a la pantalla de un teléfono u ordenador, sin evaluar el efecto real. El mejor consejo es contar con varias pruebas de muestra, aplicarlas sobre una pared en pequeños cuadrados y observar cómo reaccionan a la luz a lo largo del día, desde el amanecer hasta el anochecer. En definitiva, haz un breve periodo de prueba para no llevarte sorpresas desagradables.
Otro error que a menudo se comete cuando pintamos las paredes es no considerar la capacidad que tienen los colores de influenciar la atmósfera y el ambiente.
Es fundamental reflexionar sobre el uso al que está destinada la estancia y sobre qué emociones y sensaciones debería de transmitir con el nuevo color.
El amarillo, por ejemplo, es energizante, símbolo de vitalidad y por tanto más aconsejable para una cocina que para un dormitorio, donde serán preferibles colores relajantes para las paredes como el azul y el celeste, con sus matices que recuerdan al cielo. También podríamos utilizar el verde, que recuerda a la naturaleza y favorece el descanso y la meditación.