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El lupino, conocido científicamente como «Lupinus polyphyllus» o comúnmente como altramuz, pertenece a la familia de las fabáceas y es originario del oeste de Norteamérica. Con el tiempo, se ha extendido a Europa, donde se ha convertido en una especie naturalizada, apreciada tanto como planta ornamental como forrajera.
Veamos sus características y cómo cuidar los lupines.
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Los lupines son plantas perennes con grandes hojas compuestas de numerosos foliolos que pueden ser de varios colores brillantes, lo que atrae a polinizadores como las abejas y las mariposas.
La floración se produce hacia mayo-junio, y se desaconseja encarecidamente su cultivo en macetas.
El lupino o Lupinus prospera en lugares soleados o a media sombra. Una buena exposición al sol favorece una floración abundante y colores brillantes. En las regiones más cálidas, sin embargo, es aconsejable una posición que ofrezca sombra durante las horas más calurosas del día para proteger a la planta del calor excesivo.
Además de ser una planta decorativa, puede mejorar la calidad del suelo. Gracias a la simbiosis con bacterias fijadoras de nitrógeno en sus raíces, la planta es capaz de captar el nitrógeno atmosférico y ponerlo a disposición del suelo. Esta propiedad la hace útil en las rotaciones de cultivos o como planta de abono, especialmente adecuada para enriquecer los suelos pobres.
A continuación te explicamos cómo plantar los lupines:
El lupino requiere un riego regular, especialmente durante los meses de verano. Es importante mantener la tierra húmeda, pero evitando el encharcamiento, que puede provocar la pudrición de las raíces. Durante la temporada de crecimiento, riega la planta una o dos veces por semana, aumentando la frecuencia en caso de altas temperaturas o sequía prolongada.
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En cuanto a la fertilización, el lupino no necesita grandes cantidades de nutrientes, gracias a su capacidad para fijar el nitrógeno atmosférico. No obstante, un abonado ligero con un fertilizante equilibrado a principios de primavera puede favorecer un crecimiento vigoroso y una floración abundante.
La planta del lupino es generalmente resistente a muchas enfermedades y plagas, pero puede ser susceptible a los ataques de pulgones, ácaros y cochinillas. Para prevenir las infestaciones, vigila las plantas con regularidad y, si es necesario, intervén con tratamientos naturales a base de aceite de neem o jabón suave.
Además, asegúrate de que las plantas estén bien espaciadas para garantizar una buena circulación del aire, reduciendo así el riesgo de enfermedades fúngicas como el oídio.
Para mantener el lupino sano y favorecer una floración prolongada, es aconsejable eliminar las inflorescencias marchitas. Esto estimula a la planta a producir nuevas flores y evita la formación de semillas no deseadas.
Al final del periodo vegetativo, poda los tallos secos a unos 5cm del suelo para preparar la planta para el reposo invernal. En las regiones con inviernos rigurosos, aplica una capa de mantillo para proteger las raíces de las heladas.
Se presta especialmente bien a enriquecer borduras mixtas, donde puede colocarse como segundo o tercer elemento, según la altura. También puede plantarse a lo largo de borduras o barreras naturales, como barandillas o vallas, para crear un efecto visual impactante.
Para conseguir el máximo efecto ornamental, el lupino puede combinarse con otras plantas erguidas, como dedaleras o tártago, o con plantas de bajo crecimiento, como dianthus, que se colocan en su base. Otras combinaciones acertadas son la lavanda, las peonías, las gaillardias y los convolvulus, que añaden variedad e interés cromático al parterre.
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A pesar de sus méritos, el lupino puede presentar algunas dificultades de cultivo. Su predilección por los suelos bien drenados y no calcáreos puede ser un obstáculo para los que tienen suelos arcillosos o alcalinos. En estos casos, es necesario realizar cambios en el terreno, añadiendo materia orgánica o arena para mejorar su estructura. El riego durante el verano también puede suponer un reto, sobre todo si no se dispone de sistemas automáticos.