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Con la llegada del invierno, los sistemas de calefacción doméstica se convierten en imprescindibles para el confort diario. Sin embargo, hay un aspecto del que todavía se habla demasiado poco: su impacto medioambiental. De hecho, la calefacción doméstica es una fuente importante de contaminación atmosférica en muchas ciudades, ya que contribuye a elevar los niveles de partículas y otros gases nocivos. Pero, ¿por qué contamina la calefacción doméstica y qué podemos hacer para reducir su impacto?
Los principales gases emitidos por los sistemas de calefacción son el monóxido de carbono (CO), los óxidos de nitrógeno (NOx) y los compuestos orgánicos volátiles no metánicos (COVNM). Sin embargo, las partículas finas, conocidas como PM10 y PM2,5, representan las emisiones más preocupantes. Estas partículas, de tamaño microscópico, pueden penetrar profundamente en los pulmones y causar graves problemas respiratorios.
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El tipo de combustible utilizado para la calefacción doméstica es uno de los principales factores que determinan el nivel de contaminación. Muchos hogares siguen utilizando sistemas de gasóleo o biomasa, que producen más emisiones que el gas natural, considerado una opción más limpia. Sin embargo, incluso el uso de gas natural, aunque menos contaminante, no está exento de emisiones, ya que contribuye a la liberación de CO2 y otros gases de efecto invernadero.
La adopción de tecnologías más eficientes, como las calderas de condensación y los sistemas de calefacción con bomba de calor, puede marcar la diferencia. De hecho, estos sistemas están diseñados para consumir menos energía y reducir las emisiones, en comparación con los sistemas de calefacción más antiguos. A pesar de ello, la transición a estas tecnologías sigue siendo lenta, en parte debido a los elevados costes iniciales y a la vida media de las calderas antiguas, que a menudo siguen funcionando durante décadas antes de ser sustituidas.
En los últimos años, las políticas de fomento de las energías renovables han impulsado el uso de la biomasa, como la madera y los pellets, para la calefacción doméstica. A menudo se considera que estos combustibles son sostenibles porque proceden de fuentes renovables, pero su uso ha suscitado preocupaciones medioambientales. En efecto, la combustión de biomasa produce grandes cantidades de partículas finas (PM10 y PM2,5), que contribuyen significativamente a la contaminación atmosférica.
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Además, aunque la biomasa puede ser renovable, su uso intensivo en zonas urbanas densamente pobladas puede provocar altos niveles de contaminación atmosférica, sobre todo en invierno, cuando el uso de calefactores alcanza su punto máximo.
Una alternativa más limpia son los sistemas de calefacción eléctricos, alimentados por fuentes renovables como la energía fotovoltaica o eólica, que no producen emisiones directas.
Una de las medidas más eficaces para reducir el impacto ambiental de la calefacción doméstica es el mantenimiento periódico de las calderas. A menudo considerado como un coste evitable, el mantenimiento no sólo aumenta la eficiencia energética de los sistemas, sino que también reduce las emisiones nocivas. Una caldera bien mantenida quema el combustible de forma más eficiente, emitiendo menos gases contaminantes.
Otra herramienta útil es el uso de termostatos y controladores de temperatura. Ajustar la temperatura doméstica a niveles óptimos, como recomienda la OMS (21 °C), reduce el consumo de combustible y, en consecuencia, las emisiones. Cada grado adicional supone un aumento del 6-7% en el consumo de energía.
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El reto de la calefacción doméstica pasa inevitablemente por la transición energética. Los incentivos estatales pueden desempeñar un papel crucial para fomentar la sustitución de los sistemas antiguos por otros más eficientes y menos contaminantes. Sin embargo, también es necesario un cambio cultural: los ciudadanos deben ser conscientes del impacto medioambiental de sus elecciones energéticas y adoptar comportamientos para reducir las emisiones.